El problema de los tres cuerpos / Cixin Liu

Novela de ciencia ficción que forma una trilogía. Extraterrestres, videojuegos, revolución china y famosos físicos como personajes invitados son los ingredientes de la primera parte que he terminado de leer y no sé si me gusta o es un bodrio. Jajajaja.

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Flambayón

En nuestra reciente visita a Tenerife hemos descubierto este maravilloso árbol. Sus flores rojas (o naranjas) inundan sus copas en un espectáculo de color. Aquí puedes leer más información.

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Loba negra de Juan José Gómez-Jurado

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Los elegidos de Nando López

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Todos los hermosos caballos de Cormac McCarthy

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Voces color canela de Lola Cabrillana

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Malaherba de Manuel Jabois

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¿Pican todas las avispas?

Polistes dominula. Macho (izquierda) y hembra (derecha). Fotografía de Carlos Pradera en desinsectador.com

No. Te lo dice un experto cazador… de avispas. Mi infancia son recuerdos de siestas en vela cazando a estos insectos. Esa dedicación me permitió adquirir el conocimiento que ahora comparto contigo. Un aprendizaje significativo basado en la observación y en el dolor de sus picaduras.

Las hembras pican, los machos no. Las hembras son de mayor tamaño. Pero, ¿sabéis cómo los distinguía yo? Por el color de sus ojos. Sí, el macho de la polistes dominula tiene unos ojos claros mientras que la hembra los tiene negros. Además, el «entrecejo» y las mandíbulas en la hembra son negras y en el macho amarillas.

¿Te atreverías a coger a un macho? Puedes hacerlo pero es muy probable que cuando el ejemplar en cuestión haga el gesto de hincar su inexistente aguijón en tu piel instintivamente lo sueltes. Si tuvieras confianza en mi sabiduría comprobarías que tras el gesto del macho no hay ningún peligro: no sale ningún aguijón con veneno.

Que esta avispa fabrica sus nidos con un pasta de papel que prepara masticando madera o que puede picar numerosas veces porque su aguijón no se ancla en la piel, imagino que lo sabrás. Un vecino no hace mucho me decía que la localización de sus nidos en la zona del estrecho de Gibraltar permite aventurar si el verano será de levante o poniente.

En el siguiente vídeo, en el minuto 0:25 puedes observar un macho arriba a la izquierda rodeado de muchas hembras. ¿A que se les distingue? Cogerlo ya es otro cantar. Cobardes de la pradera. Jajajajaja. Según Carlos Pradera los del video se tratarían de polistes gallicus en vez de polistes dominula.

Chao.

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Si está florida, está moribunda

Hace años visitando el Parque Natural del Cabo de Gata escuché por primera vez que la pita solo florece una vez en la vida. De hecho florece y muere. ¿No te parece sorprendente? Imagino que habrás visto muchas veces la magnífica floración de la pita. ¿No? Te dejo unas fotos de un ejemplar que estos días está floreciendo en Tomares.

La pita se denomina Agave americana y es considerada una planta invasora en España. En este enlace de Wikipedia puedes leer más información sobre ella.

Espero que a partir de ahora cuando observes su flor recuerdes que se trata del último estertor de vida de esta planta.

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30 minutos antes de la clase de Física

Introducción a la Física de 2º de bachillerato

07:30. Es buena hora. Nuestro protagonista ha mirado el reloj digital del horno de su cocina. Está de pie frente a la tostadora esperando que se produzcan las reacciones de Maillard. Un metro a su espalda, la mesa está puesta. Una sola servilleta y un vaso de café con leche que se entibia.

No te muevas. Sigue aquí vigilante. Ya sabes que las tostadas no se doran a velocidad constante. Sabes que la transmisión del calor se produce por tres mecanismos. Te gusta pensar que la ley de Stefan-Boltzmann con su hermosa cuarta potencia explica que la tostada absorba mucha más radiación a medida que se calienta y una persona que sabe esto no se separa de la tostadora. 

07.35. Ahora está sentado terminando su tostada de aceite sin jamón. Hoy no es fin de semana. En un vaso transparente con un poco de agua, la luz nívea más propia de un quirófano que de una cocina dibuja una cáustica en el fondo. 

Ahí estás. La cáustica. La envolvente de todas las reflexiones de los rayos luminosos en la superficie casi cilíndrica del vaso. Maravillosa. ¿Serán mis alumnos de este año capaces de trazarla en Geogebra? No te pases. Estamos en tiempos de pandemia y vamos con el equipaje justo. No puedo olvidar, por lo menos, enseñarles la forma de la curva y explicarles por qué se produce. No debo olvidar tantas cosas… Pero lo primero es no olvidar que tengo clase a primera.

Sí, el prota es profe. De física, para más señas. Ya lo habías adivinado. Se llama Antonio, por cierto. De pronto, se acelera y, con movimientos mecanizados, quita el vaso y el plato de la mesa, abre y cierra el lavavajillas, recoge el móvil y deja caer los auriculares.

Mierda. Se ha roto. 

Bueno más bien se ha descompuesto en sus partes dejando las tripas al descubierto.

Por esa minúscula bobina de cobre pasa una corriente eléctrica variable generando un campo magnético diferente para cada nota musical. Electrones circulando en espiral en una danza de ritmos endiablados para hacer aparecer y desaparecer un campo magnético que en presencia de un pequeño imán traducirá la corriente en vaivenes excitadores de una minúscula membrana «plasticosa» que, a su vez, hará vibrar el aire que presionará al compás mi tímpano… Faraday-Lenz. Como siga divagando no llego a dar mi clase de Física al instituto. 

07:37. Antonio ha ido actuando en paralelo mientras pensaba en las maravillas derivadas de la inducción electromagnética. Ha recompuesto el auricular descuajaringado, lo ha enrollado, sí todavía no tiene auriculares sin cable (el profe mola pero no tanto) y se ha colocado el casco de la moto sin arrollarse las gomillas de la mascarillas. Ha repasado mentalmente si lleva todo y ha salido de su casa tras cerrar la puerta. 

Luego dirán mis alumnos que la Física es aburrida o que para qué se estudia el plano inclinado o las leyes de los gases

07:39. Al salir a la calle mira al cielo que empieza a clarear por el este.

Hoy tampoco la pillo. Podría mirar el móvil para averiguar cuándo es el próximo paso de la Estación Espacial Internacional pero entonces se extinguiría ese sentimiento de incertidumbre, ese cosquilleo que te produce pensar que vas a toparte por casualidad con un objeto en el cielo que se parece a una estrella pero se mueve como un avión. A 408 kilómetros de altura cinco o seis astronautas ven amanecer cada hora y media. ¡Qué pasada! ¡Y qué vértigo!

Nuestro profesor se maravilla con el movimiento de los satélites artificiales, enseña cada año a sus alumnos a calcular la altura necesaria para girar al ritmo de la Tierra o la velocidad necesaria para lanzarlos pero sabe que sería incapaz de calzarse un traje de astronauta para mirar el planeta por encima del hombro. Su mirada al cielo solo dura un segundo, tiempo suficiente para bajar la mirada al suelo mientras desciende por la rampa de su bloque.

Tengo que cambiar los enunciados de los problemas de rampas. Los ángulos de treinta grados son irreales. Los arquitectos las diseñan para que no perdamos los dientes al bajarlas ni tengamos que pertenecer a la Liga de la Justicia para subirlas. ¡Treinta grados!

Una sonrisa se dibuja en su cara pero este septiembre la mascarilla la oculta. Una última mirada al móvil para comprobar por segunda vez que aún tiene tiempo. El mensaje cansino de Google Maps aparece en su pantalla ipso facto: “8 minutos para llegar a IES El Majuelo”. 

Tardo en mi vespa en llegar al trabajo lo mismo que la luz del Sol en llegar a la Tierra. Pedazo de moto, la luz claro. 300.000 kilómetros por segundo. La misma velocidad a la que las ondas que han partido de mi móvil han recorrido la distancia hasta la antena repetidora más cercana. De allí la señal ha debido viajar hasta conectar con una red de satélites expresamente puestos en órbita para señalarnos desde lo alto en qué punto del planeta estamos. Físicos, ingenieros, informáticos y matemáticos trabajando en equipo para decirme cuánto tardaré en llegar al trabajo y si habrá atasco en la autovía. Sigo pensando en masculino, leches. Habrá también matemáticas e informáticas. Sin la teoría de la relatividad los GPS no serían tan precisos. ¿Me dará tiempo este año a dar algo de relatividad? Lo dicho, hoy no llego.

Nuestro profesor ha subido por fin a su moto y la ha puesto en marcha. Ya no tiene tiempo para pensar en la batería y sus reacciones químicas o en la explosión de gases que se expanden en el motor. Un par de rotondas y ya está en el trozo de autopista que toma a diario. 

¿Velocidad punta? 90 kilómetros por hora. ¿Olfato? En perfectas condiciones. Coronovirus no podrás conmigo, sigo oliendo el aroma a tortas de aceite al pasar por Castilleja de la Cuesta. 

Mira por el retrovisor y lee por enésima vez el mensaje en la pegatina adherida al espejo: objects in the mirror are closer than they appear.

Este año no puedo olvidar comentarle a mis alumnos que los espejos retrovisores no son espejos planos. Si pudiéramos hacer prácticas de óptica… ¿Metí las gafas en la mochila? Sí, creo que sí.

Hace pocos días, en una revisión oftalmológica, Antonio ha recibido la constatación de que su cristalino ya no se acomoda como antes. Encima de su escritorio todavía estorba la receta del oculista donde proponía lentes convergentes de una dioptría para cada ojo. 

Dioptrías, lentes convergentes y divergentes… Segundo trimestre, se me antoja tan lejano. ¿Conseguiremos evitar el cierre del instituto?

Fuera del fragor de la autopista el ritmo se apacigua. Da tiempo a ver a las personas. El escayolista que espera sentado que lo recojan sus compañeros. El padre que tira de su hijo para acelerar el paso y dejarlo en el aula matinal. Los dos técnicos que revisan las conexiones de fibra óptica en una especie de alcantarilla digital.

Menos mal que he podido cuadrar los horarios con Isa. Debe estar a punto de despertar a Carlos. Este año no irá al aula matinal ni al comedor. Menos papeletas, menos posibilidades de que nos toque la lotería. Antonio, en positivo, piensa en positivo. Ahí está la fibra óptica con sus infinitas reflexiones totales para mover la información a la velocidad de la luz. En positivo, piensa en positivo.

La farmacia de la esquina aún está cerrada pero Antonio sabe que, detrás de la persiana metálica escrupulosamente pintada de blanco y con una hermosa cruz verde en el centro, hay una rutilante puerta de cristales que se abrirá de forma automática cuando se acerque la primera abuela del barrio a recoger su medicación. Antonio sabe también que la apertura automática de la puerta no es un truco de magia.

Efecto fotoeléctrico. Fotones de la luz chocando como bolas de billar con electrones atrapados. Electrones que consiguen energía suficiente para escapar de la red de iones y generar una corriente eléctrica que indica si la puerta debe abrirse. Poco más de un siglo después de que Einstein lo explicase ya forma parte de nuestras vidas y se ha vuelto un hecho transparente a nuestra mirada, ajeno a la curiosidad de la mayoría de los mortales.

Deja atrás la carretera y se interna en una zona de chalets que luego dan paso a viviendas adosadas y por fin al instituto. En la puerta, empuja hacia atrás la moto para dejarla inmovilizada sobre su pie. Se quita el casco con cuidado de no arrollar la mascarilla. Algunos alumnos se arremolinan en pequeños grupos en una acera ancha mientras charlan quizá algo más separados que lo hacían el año pasado.  Deben ser las 07:47.  

Tampoco debo olvidar darles la brasa con el “invento” del instituto. Tienen que entender que una sociedad avanzada se organiza para formar a sus jóvenes, que lo hace con los recursos de todos, con funcionarios públicos escogidos en igualdad de condiciones, … Deberían estar orgullosos de lo que hemos conseguido como colectivo. Hemos ido a la luna, hemos atisbado el origen de toda la materia, sabemos cómo se descomponen los núcleos de los átomos y el ritmo al que lo hacen nos ha permitido datar objetos antiguos, hemos inventado la peor bomba posible y luego hemos sido capaces de usar esa energía para detectar cánceres o curarlos… pero quedan muchas más por descubrir y todas comienzan en una escuela.

07:49. Antes de entrar, Antonio vuelve a mirar al cielo y recuerda la promesa que le hizo a Isa cuando estaba embarazada: visitar juntos Islandia. Tenemos que ver las auroras boreales, no como objeto de estudio de la Física, sino por su belleza. Quedan deseos por cumplir. Vamos a por el curso, hay a derrotar al virus enseñando, aprendiendo, juntos. Sube los escalones mientras recuerda que este año no escuchará la manida frase de su madre: «Apruébalos a todos».

Por lo menos, mamá, que aprendan el máximo posible. 

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